Tomado del periodico EL MUNDO.COM | Medellín | Enero 27, 2011 | https://www.elmundo.com/portal/resultados/detalles/?idx=170500
Cuando el documental empieza con la presentación de un estudio que entre otras cosas deja ver una mola, libros y discos, se escucha de alguien una voz en off que recuerda cómo un día hace muchos años en la ciudad de Cali recibió un disco y un fascículo de una colección de música clásica a la cual estaba suscrito. La audición de la obra produjo en aquel una gran impresión que nunca pudo olvidar, como si se tratara de una historia bien contada, y a la vez un fuerte deseo por saber las razones que lo llevaban a sentir tal efecto. La obra era el “Cuarteto para el fin de los tiempos”, de Olivier Messiaen, ese alguien era Nicolás Buenaventura Vidal y aquella entrega mensual bien pudo proceder de la bella enciclopedia de Salvat “Los grandes compositores”, tan importante para la formación musical de muchos.
El cuarteto de Messiaen había sido escrito e interpretado por primera vez en las condiciones más difíciles que sea posible imaginar. Durante la ocupación nazi de Francia en la segunda guerra mundial, el compositor hizo parte del ejército de dicho país y cayó en poder de tropas alemanas que lo llevaron a un campo de prisioneros en Silesia. Su amor por la música y su acendrada fe religiosa le permitieron a Messiaen superar las enormes privaciones de su confinamiento, y vivir en otro mundo, como diría uno de sus compañeros de infortunio. Dado que en el campo pudo conocer un violinista, un violonchelista y un clarinetista, y como él podría tocar el piano, decidió entonces componer una obra de cámara para tan singular conjunto de instrumentos, inspirado en un pasaje del Apocalipsis. Después de la difícil consecución de instrumentos en mal estado y los ensayos para la interpretación de una obra de gran complejidad, el concierto tuvo lugar el 15 de enero de 1941 ante unos 5.000 prisioneros, y fue tal la acogida a esta composición moderna nada convencional que Messiaen comentaría posteriormente: “Jamás he sido escuchado con tanta atención y comprensión”.
A partir de aquellas primeras impresiones, Nicolás Buenaventura quiso conocer a fondo las circunstancias históricas de la aparición del cuarteto y a la vez aproximarse a la figura de su autor, uno de los compositores más importantes del siglo XX. Le surgió entonces la idea de reconstruir en términos cinematográficos aquella situación límite que puso de presente el poder del arte y la capacidad humana de crear en medio de la mayor adversidad y de superar lo que parece imposible. Sus experiencias como actor y cuentero, pero sobre todo su trayectoria en el cine como guionista y realizador de documentales, fueron la base para que durante seis años pudiera escribir, gestionar y dirigir uno de los más bellos documentales que se hayan realizado con centro en la música. Dura 80 minutos, es una producción francesa de 2007 y tiene por título “Le charme des impossibilités”.
Después de la breve introducción que se mencionó al principio, las primeras tomas señalan tanto el propósito como el tono poético del largometraje. Una cámara que despliega imágenes de gran plasticidad, uno de los sellos de la película, nos muestra un antiguo prisionero que trata con dificultad de encontrar lo que hoy queda de aquel terrible campo mientras recorre un paraje rodeado de hermosos árboles, testigos mudos de un pasado que ha desaparecido pero que es necesario recuperar. Con ayuda de otros prisioneros sobrevivientes, familiares de los intérpretes originales del cuarteto y expertos que analizan lo que pudo ser el estado de sus instrumentos, cartas de prisioneros, planos y maquetas del campo, fotos y videoclips de la época, se logra revivir en forma elocuente las condiciones del campo de prisioneros y la gestación del cuarteto. A este respecto, son particularmente valiosos los recuerdos evocados por la voz del propio Messiaen, así como las de Jean Le Boulaire y Etienne Pasquier, respectivamente violinista y chelista de aquella primera versión de la obra. El cuarto instrumentista fue el clarinetista Henri Akoka, cuya viuda comenta en el documental su huida de los alemanes. Aunque los cuartetos suelen ser sólo de cuerdas, el destino quiso que, además del piano, se pudiera aprovechar un instrumento de viento que le permitió al compositor recrear cantos de los pájaros, unos sonidos que tanto amó y que ennoblecieron su producción musical.
La película está construida en varios niveles espacio temporales cuyo hilo conductor es la música del cuarteto y a cuya continuidad contribuye un montaje muy profesional. Un paralelismo tiene lugar entre dos conciertos que alternan y se funden como elementos fundamentales del filme: en uno de ellos se interpreta la obra en condiciones normales ante un grupo de espectadores en la abadía gótica de Clairvaux, en tanto que en el otro se evoca la situación de aquellos prisioneros que tocaron con instrumentos deteriorados y con la más inapropiada indumentaria. En ambos casos la música de Messiaen es sobrecogedora. Es imposible que intérpretes y oyentes de la actualidad no se conmuevan ante la belleza y la elevación espiritual de los ocho movimientos del cuarteto, o que olviden la enorme trascendencia del mismo en aquellos días aciagos.
Cuando está terminando la proyección aparece una cita de Messiaen: “Siempre he pensado que filosófica y psicológicamente la imposibilidad, y la imposibilidad vencida, era una fuerza, una fuerza mágica”, seguida de la dedicatoria que hace Nicolás Buenaventura a su padre: “a Enrique Buenaventura El maestro”.
Ante la que podría ser la película más importante hecha por un director colombiano, no podemos aceptar que su carácter no comercial impida su exhibición entre nosotros. Es imperativo que una institución cultural del gobierno o una entidad privada brinde un patrocinio institucional que facilite su amplia difusión en el país